EL CISMA DE OCCIDENTE. Si durante el siglo XIII el Papado pretendió
ejercer sobre la
Cristiandad una dirección no sólo espiritual, sino también
temporal, en el siglo XIV las críticas contra el Papado iban a aumentar, y el
renacer del derecho romano daba a los reyes argumentos para fortalecer la
institución monárquica.
La
inseguridad de una Italia dividida provoca que entre los años 1305 y 1378 el
Papado se instale en Avignon, lo que suponía una cierta sumisión a la autoridad
del Rey francés. En esta ciudad, el Papado realiza una labor de reorganización
administrativa, multiplicando los impuestos sobre el clero, lo que había de
permitirle acumular una inmensa fortuna, que no siempre se empleaba para el
bien de la Iglesia ,
sino también en una serie de lujos y ostentaciones. Por otra parte, se acusó al
Papado de haber apoyado a la monarquía francesa contra la inglesa en la guerra
de los Cien Años.
A la
muerte de Gregorio XI - que ya había trasladado la sede a Roma - se elige como
sucesor a un Papa italiano (1378), pero el clero francés no estuvo de acuerdo y
eligió a su vez a un Papa francés, que se instaló en Avignon. El cisma de
Occidente había comenzado (1378-1417). Ambos Papas se excomulgaron y la Cristiandad se
dividió.
En
1409 se reúne el Concilio de Pisa con el fin de solucionar el problema: se
destituye a los dos Papas existentes y se nombra a uno nuevo. Tanto Roma como
Avignon no aceptaron la solución, y el problema se agravó, pues en lugar de
dos, había ahora tres Papas.
Con
el Concilio de Costanza (1417), el problema se soluciona al ser elegido Papa
Martín V. Se daba a la Iglesia
una organización más democrática y se sometía al Papa a la autoridad de los
Concilios, lo que era contrario a la naturaleza de la Iglesia. Finalmente
logró abolirse esta supremacía conciliar.
Los
resultados del cisma fueron realmente importantes, pues, junto a un evidente
desprestigio de la autoridad papal, surgen multiplicidad de herejías, que
criticaban los abusos eclesiásticos; se da un gran impulso a la creación de
Iglesias nacionales, se plantea la necesidad de una profunda reforma en la Iglesia , con el retorno a
los principios de la Iglesia
primitiva, un acercamiento a los principios evangélicos, se rechaza la
jerarquía y el ritualismo. Con todo, lo más importante habría de ser que cada
nuevo Estado habría de crear su Iglesia nacional, que si en teoría obedecía los
dictados de Roma, en la práctica estaba fuertemente controlada por los monarcas
autoritarios, que lograrían privilegios de designación de los obispos en su
país y que la Iglesia
fuese uno de los sostenes de su actuación política. El Gobierno teocrático de
Roma había terminado, y ya durante el siglo XV, el Papado se ve obligado a
suscribir una serie de Concordatos que dilucidarán claramente las funciones de la Iglesia en las nuevas
naciones.
Fuente: Enciclopedia Temática Lafer