LOS FRANCOS.
De todos los reinos germánicos que en aquellos momentos se desarrollaban
merece especial atención el de los francos, ya que su desarrollo iba a dar
lugar al nacimiento, en la
Edad Media , de la idea de Imperio en la persona de
Carlomagno, y su descomposición originaria el nacimiento de Europa.
El
pueblo franco, establecido inicialmente en el Norte de la Galia , iba a formar en
tiempos de Clodoveo (482-511) - tras la derrota de Siagrio, de los alamanes,
ostrogodos y visigodos - un poderoso reino del Rin a los Pirineos (Galia,
Renania, Alemania, Turingia, Baviera, Sajonia), en donde la tendencia romanista
(fusión de francos y galo-romanos) iba a triunfar tempranamente. Las
necesidades de administrar tan extensos territorios hacen surgir a una aristocracia
militar, germen del feudalismo, encargada, a cambio de su enriquecimiento
personal, de mantener en todo el reino la autoridad central. Este aumento del
poder nobiliario iba a dar lugar a que, paulatinamente, y ante la incapacidad
de los monarcas, la institución real no fuese más que un símbolo: el poder
efectivo es desempeñado por el mayordomo de palacio. La familia carolingia va a
hacerse con el monopolio del cargo: Pipino el Viejo, Pipino el Joven, Carlos
Martel y Pipino el Breve son los auténticos jefes de la monarquía franca ante
la ficción real merovingia.
Pipino el Breve logra, a mediados del siglo VIII, legalizar la
usurpación mediante el beneplácito de la Iglesia. El Papa Zacarías ya había reconocido que
«era mejor llamar Rey al que tenía el poder real que al que no lo poseía».
Pipino se hizo «elegir por el pueblo» (según la tradición franca) y ungir por la Iglesia de manos de San
Bonifacio. De esta forma era elegido de Dios y a la vez del pueblo. Al igual
que Saúl y David, Pipino era ungido por el Señor, se convertía en su
mandatario. Era, pues, Rey por voluntad divina y no por nacimiento, renovándose
de esta manera la tradición bíblica. Esta original consagración hacía olvidar
el carácter revolucionario de aquel reinado. El nuevo Papa, Esteban II, había
de afianzar la usurpación al confirmar en su puesto a Pipino y a sus herederos,
Carlos y Carlomagno, prohibiendo a los francos, bajo pena de excomunión, que
nombrasen a otro monarca que no fuese de su familia. El Papa había, pues, consolidado
la dinastía carolingia, y el hecho le daba pie a pedir al monarca franco
ciertas compensaciones. Para justificarlas, el Pontífice, a fin de impresionar
a Pipino, le presentó un documento, muy posiblemente falsificado, según el cual
el Emperador Constantino el Grande había hecho al Papa Silvestre amplias
concesiones no sólo espirituales, sino también territoriales, demostrando la
primacía del poder de la
Iglesia sobre el terrenal. El documento es conocido como la
«Falsa Donación de Constantino».
Fuente: Enciclopedia Temática Lafer