CONSECUENCIAS DE ESTAS INVASIONES


CONSECUENCIAS DE ESTAS INVASIONES.  Particularmente son de destacar:

    -       En el plano económico, la desaparición de la vida urbana, la industria y el comercio;

    -       En el plano social se destruye la civilización urbana y se abre paso a una sociedad rural;

    -       En el plano cultural se produce una regresión de la civilización grecorromana;

    -       En el plano político se verifica la ruptura de la unidad política de Roma en numerosos Estados independientes, futuro germen de las actuales nacionalidades.

    Pese a lo que pudiera suponerse, tras la irrupción violenta de los pueblos bárbaros en el seno del Imperio Romano, no se produjo un total dislocamiento con el choque de dos culturas tan diferentes. Hemos de tener en cuenta diversos factores. En primer lugar, la aportación demográfica de estos pueblos fue, sin lugar a dudas, minoritaria (aproximadamente un millón de integrantes de las tribus germánicas se asentaron en un territorio poblado por cerca de cincuenta millones de habitantes). Esta minoría militarista había de asumir un papel de capa dirigente, a la que se opondría solamente la aristocracia romana; el pueblo, tiranizado por las continuas exacciones fiscales, pudo ver en ellos acaso a un libertador, y su oposición fue prácticamente nula; en el peor de los casos, no veían más que un cambio de dueño.

    Señalemos también que los germanos, al haber estado durante varios siglos en relación, más o menos directa, con el Imperio, se encontraban romanizados en parte. Nunca se propusieron, conscientemente, destruir el Imperio; no se destruye lo que se admira. A la vista de los resultados, puede afirmarse que solamente hubo una sucesión de poderes, pero, en absoluto, una sustitución de pueblos.

    Los pueblos germanos eran, además, conscientes de que tanto la estructura política como la social y cultural romana eran muy superiores a las suyas, y por este motivo trataron de asimilar todo aquello que podría serles de utilidad, sin desear un cambio total en las estructuras. La continuidad en sus puestos de altos funcionarios de la administración imperial, la no modificación de los sistemas de producción agrícola, el mantenimiento de la división administrativa de los territorios, etcétera, son ejemplos que parecen corroborarlo.

    Así, pues, si la romanización de los pueblos germánicos contribuyó a aminorar el choque en el contacto de dos formas de vida tan dispares, parece ser que también, aunque en menor escala, habría de ayudar a limar las asperezas de la vida en común la evidente germanización del Imperio. La corrupción, el descenso de la natalidad, las dificultades de defensa, la vida muelle del ciudadano romano, hizo necesaria la incesante contrata de mano de obra y de soldados más allá de sus fronteras. Su inmediata consecuencia habría de ser la llamada invasión pacífica de los pueblos bárbaros, en forma de tropas y colonos acompañados de sus respectivas familias. Puede, de esta forma, explicarse el temprano asentamiento (en muchos casos, antes del año 476) de visigodos en el Sur de Francia y España, de francos y burgundios en el Norte y Este de Francia, de suevos, alanos y vándalos en Galicia, Este-Sur de la Península Ibérica y Norte de África; de anglos y sajones en la Gran Bretaña.

    Hemos señalado también entre las consecuencias de las invasiones el estancamiento de la cultura greco-romana. Es preciso matizar que, si bien las invasiones aceleraron el proceso de estrangulamiento cultural, la civilización latina se había ido autodestruyendo a partir de la crisis interna del siglo III y la división del Imperio: la esplendorosa civilización romana era una cultura de carácter eminentemente ciudadano, amparada por un Estado fuerte. La ruralización del Imperio y la paulatina debilidad presagiaron ya el cambio que no hizo sino acentuarse, pese a los esfuerzos de algunos autócratas germanos: el ostrogodo Teodorico o el franco Carlomagno. Los logros fueron muy limitados.

    Surge con fuerza el monaquismo, que tuvo su principal representante en San Benito de Nursia y en la orden Benedictina, por él creada; mientras, la cultura se refugia en los monasterios. Su mérito, más que de creadores, fue de recopiladores y guardianes de la civilización clásica. Las mismas facetas cabe señalar con respecto a las personalidades más significativas de la época en el campo cultural: Gregorio de Tours (Francia), Beda el Venerable (Inglaterra), Boecio y Casiodoro (Italia) o San Isidoro de Sevilla (España).

    El principal y casi único vehículo de cultura fue la literatura teológica del momento, últimos restos de la llamada Patrística. Este floreciente desarrollo en el campo teológico está emparentado con la tremenda importancia que habría de adquirir el Cristianismo como puente de enlace entre el romanismo y el germanismo.

    La Iglesia de Roma, desvinculada de la tutela del Emperador de Oriente, alcanzó pronto tintes de universalismo: San Gregorio Magno (590-604) había de ser la figura clave de este resurgir, no sólo al declararse jefe de toda la Iglesia (Papa) como sucesor directo de San Pedro, sino también al ser el principal motor de la evangelización de los pueblos germanos (anglos, sajones, lombardos, visigodos).

    En una época de particularismo, aislamiento e incultura, sería la Iglesia el principal vínculo de unión - al lograr la unificación religiosa de las tribus bárbaras - y el indiscutible dirigente intelectual e inspirador de modelos y formas artísticas: la religión preside omnisciente cualquier manifestación del arte medieval. Románico y gótico son, en su génesis y desarrollo, dos buenos ejemplos.

    A nivel popular, la Iglesia también estuvo presente marcando todos los acontecimientos de excepción dentro de la rutina de la vida de un campesinado feudal.

    Podemos resumir diciendo que la Iglesia tuvo en esta época un triple papel: creadora, conservadora de cultura y educadora.

Fuente: Enciclopedia Temática Lafer

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