LOS NUEVOS ESTADOS. La creación de Estados nacionales
autoritarios va a ser general en toda Europa. Curiosamente, Italia y Alemania,
que habían conocido una rica vida urbana, política y económica, se mantendrán
al margen, hasta el siglo XIX, del proceso de unificación.
Surge el concepto de nación, definiendo el termino a un territorio y a
un pueblo regido por un monarca y unido por una misma lengua y una cultura
común.
Las
nuevas monarquías autoritarias van a tener unas características que explican su
nacimiento y desarrollo. Superada la crisis del siglo XIV, la economía volvió a
renacer, y hacía falta un poder fuerte para regularla, dirigirla, protegerla de
la competencia exterior y acrecentarla. El logro de la supremacía monárquica no
iba a ser fácil, al haber cuatro fuerzas que se oponían a ella: la nobleza
feudal, la burguesía municipal, el Papado y el Imperio. La mayor parte de estas
fuerzas se habían autodestruido en las repetidas crisis del siglo XIV, como
hemos visto, y la oposición al creciente nacionalismo habría, pues, de ser
mínima, sobre todo si tenemos en cuenta que el monarca iba a encontrar un
fuerte apoyo ideológico en el Derecho romano: se consideraba que la autoridad
real proviene de Dios, y de Él ha recibido el monarca sus territorios y el
poder para gobernarlos. El monarca iba a asumir la soberanía nacional y sería
la personalización simbólica de la nación y de sus ideales colectivos.
Teóricamente, las nuevas monarquías van a tratar de fundir lo viejo con lo
nuevo. Por un lado, se conservan instituciones medievales (Consejos
Municipales, Parlamentos, Cortes, aunque pierden casi totalmente su autoridad y
no sirven más que para ratificar las decisiones regias), a la vez que se crean
instrumentos de Gobierno, leyes e instituciones sobre los que descansa la nueva
organización del Estado: un fuerte ejército permanente de carácter mercenario,
que depende directamente del Rey, que lo costea con los fondos públicos y que
va a ser una poderosa baza que oponer a la levantisca nobleza feudal y a las
ambiciones de otros Estados, y una burocracia especializada que permite al Rey
fiscalizar y dirigir la vida económica, la recaudación de impuestos, la
administración de justicia, etcétera.; y una diplomacia de carácter permanente.
Se
da, en definitiva, el paso de la monarquía feudal (en la que el Rey es una
figura meramente representativa, «primum inter pares») a la monarquía nacional,
en que el Rey será la cabeza del Estado y donde su autoridad será indiscutible.
Fuente: Enciclopedia Temática Lafer