LAS CRUZADAS.

  

LAS CRUZADAS.  A finales del siglo XI, el occidente europeo había logrado la consolidación de sus estructuras políticas y el desarrollo de sus fuerzas económicas: hay una evidente expansión demográfica, económica y militar. Pero estos factores materiales necesitaron y lograron - por el pujante Papado - el acicate espiritual de liberar los Santos Lugares.

    Tampoco puede olvidarse la alarma que cundió en Europa ante la rápida expansión, desde mediados del siglo XI, de los turcos selyúcidas, que, en rápidas acciones militares, conquistan los Estados árabes y gran parte del Asia Menor bizantina; se hacía, pues, necesario el envío de refuerzos para evitar la caída del Imperio Bizantino. Finalmente, cabe señalar los intereses comerciales y la rivalidad entre las ciudades italianas de Génova y Venecia, ya que la intolerancia religiosa de los turcos había cortado cualquier tipo de relación entre Oriente y Occidente, con grave perjuicio para la economía de estas florecientes repúblicas.

    En 1095, en el Concilio de Clermont Ferrand, el Papa Urbano II predica la Cruzada, y al grito de «¡Dios lo quiere!», afirma: «Quienes lucharon antes en guerras privadas entre infieles, que combatan ahora contra los infieles y alcancen la victoria en una guerra que ya debía de haber comenzado; que quienes hasta hoy fueron bandidos se hagan soldados; que los que antes combatieron a sus hermanos, luchen contra los bárbaros». Recalcaba el Papa la necesidad de ayudar a los cristianos de Oriente; ofrecía la absolución a sus pecados a los que cayesen en la empresa y una recompensa terrena más inmediata: el dominio de ricas y fértiles regiones. Sin duda, también pensaba el Papa utilizar la Cruzada para poner fin al cisma de Oriente, producido pocos años antes (1054), y reunificar a la Cristiandad bajo su autoridad.

    Entre el 1095 y el 1270 van a desarrollarse siete expediciones militares (sin incluir la de 1212 o «de los niños»), cuyas consecuencias habrían de ser: cierto debilitamiento del Espíritu feudal en Occidente, por la larga ausencia o muerte de numerosos nobles, intensificación del comercio, lo cual enriqueció a la burguesía, en general, y a las ciudades italianas, en particular, en donde habrían de acumularse importantes cantidades de capital. Introducción en Europa del pensamiento y arte del Islam y de Bizancio, propiciando el desarrollo cultural de Europa en el siglo XIII. Además, se conocieron nuevas formas de vida y nuevos adelantos técnicos, aplicables a la industria y a la artesanía; surgieron las Órdenes Militares (monjes-soldados) Teutónica, del Temple, de San Juan o Malta, de gran importancia política y económica en Europa Occidental en siglos posteriores; lograron crear en Tierra Santa varios Estados cruzados de carácter feudal (Reino de Jerusalén, Condado de Trípoli, Principado de Antioquía, Reino de Armenia Menor, Condado de Edessa, Reino de Chipre) de vida efímera.

    Pueden señalarse también consecuencias negativas: la cuarta Cruzada, en lugar de dirigirse a los Santos Lugares, se limitó a atacar Constantinopla, saqueándola, deponiendo a su Emperador e instaurando un Imperio Latino (1204-1261). La rivalidad entre bizantinos y occidentales fue comprensible; por otra parte, el Imperio Latino debilitó irremisiblemente a Bizancio, propiciando su fin a manos de los turcos. Además, se fomentó el antisemitismo, y también hay que reconocer que los logros militares fueron escasos.

    Dos focos comerciales van a destacar:

    En el Mediterráneo, las ciudades italianas de Venecia, Génova y Pisa, frecuentemente rivales, establecieron factorías que facilitasen su comercio con Oriente; así, Venecia se establece en Creta, y Génova, en el mar Negro y Asia Menor. Practicaban un comercio de importación y de exportación.

    En el mar del Norte y en el Báltico, las ciudades comerciales de Lubeck, Hamburgo, Danzig, Gante y Brujas, procuraron aunar sus intereses establecieron una liga comercial: la Hansa. Los principales productos comercializables eran la miel y pieles rusas, la lana inglesa, el trigo polaco y el pescado y la madera de los países nórdicos.

    También es de destacar la ruta francesa del Ródano, que, apoyándose en las ricas ferias de Champaña, unía estas dos zonas comerciales marítimas. Más tarde se haría importante la ruta del Norte de Italia (Venecia, Milán), que a través de Suiza (que da los primeros pasos hacia su independencia) llegaba a los Países Bajos a lo largo del Rin.

    En España hay que señalar la temprana importancia de Barcelona como centro comercial. La defensa de sus intereses en el Mediterráneo Central y Oriental obligó a los Reyes de la Corona de Aragón a una expansión militar por este mar en Cerdeña, Sicilia, Atenas, Neopatria.

    El gran desarrollo industrial y comercial favorecerá particularmente a la nueva clase social, la burguesía, y preludiará el nacimiento del capitalismo. Podemos hablar en esta época de un «capitalismo comercial» con fuertes beneficios obtenidos a través de la actividad mercantil, y de un «capitalismo financiero» originado por la abundancia de dinero. Junto a este ultimo aparece la figura del banquero, del prestamista y del cambista. Prestaban el dinero a elevado interés, costeando empresas comerciales o militares. Las recientes monarquías nacionales van a encontrar en estas gentes uno de sus más firmes sostenes para sus empresas militares. Junto al desarrollo mercantil hay un aumento considerable de la circulación monetaria. Algunas monedas, como el florín (Florencia) o el ducado (Venecia), adquieren valor de cambio internacional. Se desarrollan también los mecanismos crediticios: letras de cambio, pagarés, ventas a plazos, etcétera.

Fuente Lafer: Enciclopedia Temática

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