LOS ESTADOS BÁRBAROS DE OCCIDENTE Y EL
NACIMIENTO DE EUROPA
ANTECEDENTES. En sus orígenes,
dentro de las antiguas fronteras romanas, se constituyeron innumerables reinos
diferentes y muchas veces en constante rivalidad. Regiones que, como Germania,
habían estado al margen del mundo romano, iban a adquirir, paulatinamente,
creciente influencia dentro de la civilización occidental. Este hecho es de
singular importancia, pues si en el Mundo Antiguo todos los aspectos de la
civilización occidental se centran en el Mediterráneo, durante la Edad Media asistimos,
en su momento, a la quiebra de este eje, a la creciente importancia del mundo
europeo noroccidental, en torno a los mares del Norte y Báltico, en oposición a
un Mediterráneo semirrestaurado por la habilidad política y comercial de las
repúblicas italianas.
La
creciente hegemonía turca en el Mediterráneo, la desintegración del imperio
Bizantino, la Reforma
protestante y el descubrimiento de América serán los factores que determinarán
el traslado del eje económico y político de Europa, del Mediterráneo al
Atlántico, otorgando a la
Europa noroccidental una supremacía indiscutible hasta
nuestros días.
La
gran mayoría de los pueblos bárbaros, alejados del Mediterráneo y sin costas
propias, se vieron obligados a vivir replegados en si mismos con el
consiguiente marchitamiento del comercio y de las ciudades. Se volvía,
evidentemente, a una economía esencialmente rural. Hemos de recordar que si
bien Roma había unido militar, jurídica y lingüísticamente las diversas
regiones de su Imperio, nunca había logrado la unidad económica del
Mediterráneo: frente a un Oriente que mantuvo la economía capitalista de los
antiguos reinos helenísticos, con amplio desarrollo de la industria y del
comercio, el Occidente se estancó en una economía esencialmente de tipo
agrícola y ganadero. La crisis del siglo III nos muestra ya una clara
diferencia socio-económica entre los dos extremos del Mediterráneo y una
evidente ruralización de un Occidente en donde, al ser la tierra la principal
fuente de riquezas, las ciudades perdieron su esplendor: de una economía
comercial basada en la exportación de las riquezas agrícolas a cambio de
productos manufacturados orientales, se pasó a un oscuro sistema de autarquía
económica. La llegada de los pueblos bárbaros, con la ruptura de la unidad
política romana, no hizo más que agravar el fenómeno. Se había de imponer el
particularismo y el aislamiento y la civilización había de verse claramente
perjudicada, en franca regresión y con un tinte claramente minoritario.
Se
habían hundido las nociones básicas en las que se asentaba el mundo romano. La
conciencia romana de que había una cosa publica («res publica»), un interés
colectivo de carácter prioritario del que todos los ciudadanos, sin excepción,
debían de sentirse servidores, desapareció. Ya no había de establecerse
distinción entre bienes públicos y bienes privados. No existía el tesoro
público, ni funcionarios públicos, ni Estado, sino arcas particulares de las
que los príncipes extraían, sin distinción, tanto para sus necesidades privadas
como para las colectivas. Los territorios, por ejemplo, eran considerados como
propiedades del Rey y, como tales, susceptibles de reparto, por herencia, entre
sus descendientes. La no distinción entre los términos «res publica» y «res
privata» era total.
Fuente: Enciclopedia Tematica Lafer