ROMA
HISTORIA E INSTITUCIONES. Según
la leyenda, Roma fue fundada por Rómulo en el año 753 a . de C. sobre las Siete
Colinas. Aldea de pastores inicialmente, durante la dominación etrusca
adquirió, merced al desarrollo de la agricultura, auténtica importancia;
pronto, una muralla rodeó a la ciudad.
A
finales del siglo VI a. de C., los romanos consiguieron liberarse de la
tiránica monarquía etrusca, estableciéndose la República , régimen
político bajo el cual lograron, poco a poco, dominar toda Italia. Con su
victoria en las Guerras Púnicas sobre Cartago (264 a 146 a . de C.) controlaron el
Mediterráneo Occidental - incluida España - y, finalmente, tras lograr vencer
la resistencia de los reinos helenísticos, el Mediterráneo Oriental. Esto fue
posible gracias a un poderoso ejército, del que formaron parte gentes de toda
Italia. Al principio, la
República estuvo controlada por los patricios (grandes
propietarios agrícolas y ganaderos), descendientes de los primeros habitantes
de Roma. Al igual que sucedía en las polis griegas con los genos, se agrupaban
en gens o familias y tenían muchos servidores (los clientes). Frente a ellos
surgió otro grupo, el de los plebeyos, no pertenecientes a las gens, pero
algunos de ellos muy ricos, que pagaban impuestos y hacían el servicio
millitar, mas no podían participar en el gobierno. Esto generó enfrentamientos
que no terminaron hasta la consecución, en el siglo III d. de C., de la
igualdad política para todos.
La
estructura política se apoyaba en tres pilares básicos: las Asambleas populares
o Comicios, en las cuales, teóricamente, participaban todos los ciudadanos,
encargados de nombrar a los magistrados, votar las leyes, administrar justicia
en casos graves y decidir la paz o la guerra; la magistratura, integrada por
cónsules, pretores, censores, questores y tribunos de la plebe, y el Senado, de
amplios poderes, formado por antiguos magistrados, que era la garantía de
continuidad y permanencia de la institución republicana.
Ahora bien, la fabulosa expansión de Roma tuvo importantes consecuencia
que provocaron la crisis de la República. Fueron los más ricos, los nobles y los
caballeros, quienes se aprovecharon de las conquistas, mientras que la masa
campesina se hundía. Los nobles, que ya durante la conquista de Italia se
habían apoderado de importantes extensiones de terreno, convirtieron sus
latifundios en productivas explotaciones, vid, olivo, frutas de calidad, que
utilizaron como mano de obra a numerosos esclavos, proporcionados por las
continuas guerras. En cambio, los campesinos con propiedades medias, que por
participar en las guerras como soldados habían tenido que descuidar el cultivo
de sus tierras, no podían competir ni con los bajos precios del trigo entregado
por las regiones conquistadas ni con los productos de calidad de los grandes
propietarios, viéndose obligados a malvender sus tierras. Convertidos de este
modo en desarraigados, trataban de rehacer sus vidas aprovechándose de los
lotes de tierras que ofrecía el Estado en las provincias o se enrolaban en el
ejército, adquiriendo tierras al licenciarse, o acudían a Roma, donde
difícilmente encontraban trabajo, por la competencia de los esclavos; malvivían
de los repartos gratuitos de alimentos del Estado, olvidando sus penas y
desahogando su represión en el circo y constituyendo, con esta actitud, un
tenso foco de problemas y un peligro para la vida ciudadana.
Quienes más se beneficiaron de las grandes conquistas fueron los
caballeros, una clase social muy rica que negociaba con el botín - objetos
valiosos, esclavos - obtenido por los ejércitos. Sus miembros, una vez
concluidas las conquistas, constituyeron sociedades que se encargaron, mediante
arriendo, de algunas funciones que ofrecían ciertas dificultades para el
Estado, pero cuya explotación ellos consideraban rentables, tales como la
explotación de las minas, el abastecimiento de los ejércitos y sobre todo el
cobro de los impuestos, que los hizo odiosos y temibles. Con estas operaciones
consiguieron amasar fabulosas fortunas que invirtieron en diversas actividades
comerciales e industriales, convirtiéndose en grandes financieros. Toda la
riqueza se basaba, pues, en el botín, y Roma se mantenía a base de la
explotación de las provincias.
La
situación descrita motivó grandes conflictos sociales y políticos: la revuelta
de los esclavos dirigida por Espartaco; las fracasadas reformas de los Gracos,
empeñados en la solución del problema agrario; los enfrentamientos entre el
plebeyo Mario y el aristócrata Sila, de los que salió vencedor el último, que
intentó una reforma de la constitución en sentido aristocrático; la conjuración
de Catilina, testimonio de la costumbre de los magistrados más ambiciosos de
crear un ejército de ciudadanos adictos para hacerse con el poder. Para poner
remedio a este estado de guerra civil se formó un triunvirato integrado por
Craso, Pompeyo y César, que representaban el poder militar frente al del
Senado, en el seno del cual surgieron rivalidades, imponiéndose César, que
intentó instaurar un régimen personalista y absolutista que le permitió
organizar adecuadamente el Imperio y restablecer el orden en Roma. Tal
concentración de poderes absolutos despertó recelos de los senadores, que
vieron en grave peligro la libertad de la República y organizaron una conjura que culminó
con el asesinato de César, pero no pudieron adueñarse del poder, que fue
controlado por un segundo triunvirato - Marco Antonio, Octavio Augusto y Lepido
-, que prosiguió las reformas emprendidas por César. Tras varios incidentes
entre Marco Antonio y Octavio, este último se hizo con el poder, pero, como
había aprendido la lección del asesinato de su tío, se mostró cauto, procurando
no herir abiertamente la susceptibilidad del Senado, adicto a las formas
republicanas.
De
este modo se inauguraba la pax romana, que ponía término a las guerras civiles
y, paulatinamente, al sistema de brutal explotación de que eran objeto las
provincias, iniciándose una época de esplendor en el Mediterráneo, donde
adquirirán gran desarrollo las ciudades, muchas de ellas creadas por Roma.
Prosperó una alta y media burguesía, favorecida por un sistema esclavista que
empezaba a decaer por la ausencia de nuevas conquistas y por la creciente
manumisión, y enriquecida por el intenso comercio. A pesar del centralismo romano,
todas estas ciudades gozaron de cierta autonomía para atender sus problemas, y
su peso en el Imperio fue cada vez mayor, surgiendo en ellas algunos
emperadores. Para su organización se sirvieron de las instituciones romanas que
consideraban superiores, teniendo los habitantes libres el derecho de
ciudadanía, que sería ampliado por Caracalla a las zonas rurales en el año 212
d. de C.
En
el aspecto político, la «pax romana» supuso una paulatina concentración de
poderes en manos del Emperador, apoyado en un fuerte ejército, ayudado por un
eficaz cuerpo de funcionarios y enaltecido por el culto imperial, mientras el
Senado caía en franca decadencia. Multitud de impuestos, especialmente duros en
las provincias, permitieron al Estado la construcción de nuevas y gigantescas
obras públicas que facilitaron los servicios de todo tipo que se requerían.
A
fines del siglo II d. de C. empiezan a manifestarse los primeros síntomas de
una crisis, patente ya en el siglo III, que provocara a la larga la caída del Imperio
Romano. Una aguda Crisis económica asoló el Mediterráneo, sobre todo el
Occidental, con una estructura agrícola y ganadera que contrastaba con la
industrial y comercial del Oriental. Así se inicia la decadencia de las
ciudades, de la clase media, del artesanado y del comercio, agobiados por los
impuestos y perjudicados por la devaluación y la inflación. Con la crisis, la
clase alta y muchos ciudadanos de Occidente abandonan las ciudades para
refugiarse en el campo, donde las duras condiciones de trabajo originarán
también revueltas. Se produce, evidentemente, un claro fenómeno de
ruralización, agravándose la situación con la corrupción administrativa, la
pasividad del ciudadano medio, que elude sus obligaciones, y la presión de los
pueblos bárbaros.
Para
evitar la ruina, Diocleciano quiso fortalecer el poder del Estado mediante la
institución de la
Tetrarquía , la organización de una poderosa burocracia y la
divinización de la figura del Emperador. A este culto se oponían los
cristianos, que, perseguidos anteriormente de forma esporádica por su
personalidad diferente, fueron ahora objeto de una persecución más dura y
sistemática, al ser considerados enemigos públicos; pero el Cristianismo, que
había penetrado sólidamente en las ciudades, sobre todo en las clases más
bajas, había adquirido ya un gran desarrollo, y en el año 313, con el Edicto de
Milán, Constantino decretaría la libertad religiosa. Sin embargo, la decadencia
era ya incontenible, especialmente en Occidente, por la progresiva ruina de las
ciudades, las revueltas campesinas, los gravosos impuestos, las tensiones
sociales provocadas por las grandes desigualdades económicas, etc.
Tras
el efímero esplendor de Teodosio, el Imperio se dividió en dos partes - Oriente
y Occidente -, con sus centros respectivos en Bizancio y Roma. La primera,
próspera y rica, será la base del posterior Imperio Bizantino; la segunda
desaparecería definitivamente en el año 476 d. de C., tras un largo período de
invasiones.
Fuente: Enciclopedia Lafer
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