HISTORIA DE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL



HISTORIA DE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL

¿Qué aprendió tan importante? La monarquía del Danubio agonizaba. Durante siglos una
minoría germano-austríaca había gobernado un imperio formado por 12 nacionalidades diferentes.
Desde 1848 la autoridad se había ido debilitando. A comienzos del siglo XX los pueblos eslavos
pedían igualdad y autonomía nacional. Las clases bajas reclamaban derecho a voto, los
trabajadores pedían sindicatos y derecho a huelga. Hitler, joven y fanático nacionalista austrogermano, era opuesto a estas evoluciones. Para él, el imperio se hundía en un pantano. Podía salvarse sólo si la raza germana dominante recobraba la antigua y absoluta autoridad. Otras razas, para él, sobre todo los eslavos, eran inferiores. Había que gobernar con mano de hierro y dejarse de tonteras democráticas. En los comedores de caridad comenzó a gestarse una astucia política que le permitió ver con asombrosa claridad las fuerzas y debilidades de los movimientos políticos contemporáneos. Hitler se dio cuenta de la importancia de la oratoria en la política. Los oradores públicos eran efectivos. Escribió: "la fuerza que mueve avalanchas políticas y religiosas es el mágico poder de la palabra hablada y sólo eso. Las grandes masas de gente pueden ser movidas
solamente por el poder de los discursos. Todos los grandes movimientos son movimientos
populares, erupciones volcánicas de las pasiones y de los sentimientos emocionales humanos,
fomentados bien por crueles dioses del dolor o por la antorcha de la palabra arrojada entre las
masas, no por chorros de limonada de los estetas literarios y de los héroes de salón".
Comenzó a practicar oratoria entre los grupos de oyentes que formó en las posadas de baja
categoría, comedores de beneficencia y en las esquinas. Se convertiría en un talentoso orador,
más que ningún otro alemán de la época, lo que contribuyó en gran parte a su asombroso éxito.
Según sus amigos, desde la escuela era antisemita.
En Viena vivían unos 200 mil judíos. Hitler se preguntó si eran alemanes. Comenzó a leer
literatura antisemita. Dice que empezó a ver judíos por todas partes "a menudo sufrí náuseas al
oler a estos portadores de caftan". Poco después, dice, descubrió la mancha moral de este pueblo
elegido. Aseguró que los judíos eran responsables de la mayor parte de la prostitución y trata de
blancas. "Reconocí al judío como el director calculador, desvergonzado y sin corazón de este
repugnante tráfico del vicio entre la gente baja de la gran ciudad, un frío estremecimiento me
recorrió la espalda". Mi Lucha, su libro, está sembrado de alusiones espeluznantes a extraños
judíos que seducían a inocentes muchachas cristianas y así adulteraban su sangre. En 1913
abandonó Viena y se fue a Alemania, tenía 24 años. Parecía un fracasado: ni pintor ni arquitecto.
Era un vagabundo excéntrico, lleno de libros, sin amigos, familia, trabajo ni hogar, pero con una
ilimitada confianza en sí mismo y un sentido ardiente de su misión. Le repugnaba el imperio de los
Habsburgo, el conglomerado de razas de la capital, sobre todo los judíos. Mezcla, según él, que
corroía a la cultura alemana. El verano de 1914 estalló la Primera Guerra Mundial. Comenzaba el
período más memorable de su vida. Lo hirió la derrota. El ejército alemán no había sido vencido en
el campo de batalla sino por traidores de la retaguardia. Así nació para Hitler, como para otros
alemanes, la leyenda de la puñalada por la espalda que ayudó a socavar la república de Weimar y
preparar el terreno para su llegada al poder. Ahí supo su destino: la política. Una decisión fatídica
para el mundo. ¿Qué posibilidades tenía un austríaco de 30 años, sin amigos, sin dinero, sin
trabajo ni experiencia?
Comenzó a servir para el ejército. Lo destinaron oficial instructor que debía combatir ideas
peligrosas: pacifismo, socialismo, democracia. Habló ante un gran auditorio y ése fue el comienzo
de una habilidad con la que se convirtió en orador efectivo, de mágico poder.
Utilizó la radio para ganarse a millones de oyentes. Le ordenaron investigar al partido político
obrero alemán. Hitler oyó una conferencia de Gottfried Feder y quedó impresionado. Vio el llamado de Feder a abolir las esclavitud capitalista, una de sus premisas esenciales para fundar el nuevo partido. Vio un poderoso slogan para la próxima lucha. Pensó que era una organización como tantas otras. Era época en que surgían muchos partidos políticos, no juzgó a éste diferente.
En esa charla, un profesor propuso que Baviera se separara de Prusia y se fundara Alemania del
Sur junto con Austria. Hitler se encolerizó y habló violentamente, la gente miró a este desconocido
y joven orador atónitamente. Hitler, luego, leyó un folleto del partido y vio reflejado en él gran parte de sus ideas. Recibió una postal en que se le anunciaba que había sido aceptado como miembro.
Fue a una reunión, el ansia de esos hombres de un nuevo movimiento lo atrajo. Pensó que podía
unirse a ellos, la insignificancia del partido podía darle la oportunidad a un joven enérgico como él.
Tomó la decisión más importante de su vida: se unió al partido. Necesitaban un jefe, qué mejor que un buen orador como Hitler. Se convirtió en íntimo consejero y fue presentado, entre otros, a RudolfHess y Alfred Rosenberg

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