Religiosa: Los emperadores iconoclastas prohibieron las imágenes por
considerarlas reminiscencias del paganismo; el ideal religioso se desvirtuaba
con la adoración exagerada de las imágenes, pues el fiel confundía a la imagen
con la divinidad y el amor a Dios se transformaba en el amor a algo material.
Lo divino - afirmaban los destructores de las imágenes - nunca puede ser
representado por medio de las imágenes. Los defensores del uso de las imágenes
contestaron diciendo que las imágenes constituían la Biblia del ignorante. No
era la materia lo que ellos adoraban, sino que adoraban al Señor de la materia,
convertido en tal para el bien de la comunidad.
Política: Cuando el Emperador León III Isáurico prohibió en el año 726
la adoración de las imágenes, puede afirmarse que las causas políticas y
económicas pesaron por lo menos tanto como las religiosas en su decisión. En
primer lugar, le interesaba disminuir el poder que progresivamente iban
adquiriendo los monasterios, principales fabricantes de iconos, ya que su con
su venta obtenían cuantiosos beneficios. Por otra parte, podemos ver que el
movimiento iconoclasta representaba al partido estatista (césaro-papista) y
orientalista; los defensores de las imágenes eran abanderados del partido
occidentalista y defendían la unión con Roma y la separación de poderes entre la Iglesia y el Estado.
Tampoco puede olvidarse - y ésta es una faceta que siempre se deja al margen -
que los decisivos triunfos militares del Islam (que negaba que a la divinidad
se la pudiese representar con imágenes) y el afán de congraciarse con él, acaso
inclinase a los emperadores de Bizancio hacia la iconoclasia. El pueblo se
dividió en dos partidos contrarios en una lucha que se mantuvo durante más de
dos siglos.
Finalmente, la victoria no llegó a favorecer a ninguno de los dos
bandos, pues las imágenes siguieron siendo objeto de adoración y la Iglesia de Bizancio siguió
unida al Estado. La cultura y arte bizantinos son el resultado de la fusión de
tres elementos fundamentales: helenismo, cristianismo y orientalismo
(influencias persas y sirias). El resultado sería una cultura brillante y
refinada con un fondo netamente cristiano y unas formas orientales y paganas,
pero carente de originalidad creativa: de Oriente tomarían la fastuosidad, la policromía,
el antinaturalismo y la arquitectura de cúpula.
La
cultura y arte bizantinos ejercieron una considerable influencia en la Europa medieval. Su
aportación más interesante sería el empleo de la cúpula, que se levanta,
mediante unos triángulos esféricos (pechinas), sobre una planta cuadrada. Santa
Sofía de Constantinopla, mandada construir por Justiniano, es el ejemplo más
característico. En Occidente, unas buenas muestras de la arquitectura y
decoración de mosaicos bizantinos - arte en el que fueron consumados maestros -
las podemos encontrar en San Vital y San Apolinar de Ravena y en San Marcos de
Venecia. En Rusia, la influencia del arte bizantino fue también decisiva: las
iglesias de San Basilio (Moscú) y Kiev; los códices miniados, los iconos, etc.
Interesantes fueron los trabajos en marfil, en forma de placas, que
componían dípticos o polípticos. De época justinianea se conservan el políptico
Barberini (museo del Louvre) y la cátedra del obispo Maximiliano (Ravena) que
representa a San Juan Bautista, a los cuatro evangelistas y lleva el anagrama
del prelado. De los siglos X-XII destaca el tríptico Haberville (museo del
Louvre).
De
gran importancia fue igualmente la fecunda labor legislativa realizada por el
Emperador Justiniano, gracias a la cual ha llegado hasta nosotros el Derecho
Romano. El jurisconsulto Triboniano realizó la laboriosa recopilación de
numerosos decretos romanos confeccionando una impresionante obra que recibe el
nombre de Corpus Iuris Civilis. Este código fue hecho curioso, más útil a
Occidente que al propio Bizancio: la recopilación, en latín, se realizó en unos
momentos en que el Emperador de Oriente aspiraba a la reconstrucción de todo el
antiguo Imperio Romano. Perdido este afán, los sucesores de Justiniano se
vieron obligados a establecer nuevos códigos, en griego, para servir a un
Imperio helenizado, cercado y replegado en sí mismo.
Fuente: Enciclopedia Temática Lafer
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