LOS ESTADOS BÁRBAROS DE OCCIDENTE Y EL NACIMIENTO DE EUROPA

  

LOS ESTADOS BÁRBAROS DE OCCIDENTE Y EL NACIMIENTO DE EUROPA

    ANTECEDENTES.  En sus orígenes, dentro de las antiguas fronteras romanas, se constituyeron innumerables reinos diferentes y muchas veces en constante rivalidad. Regiones que, como Germania, habían estado al margen del mundo romano, iban a adquirir, paulatinamente, creciente influencia dentro de la civilización occidental. Este hecho es de singular importancia, pues si en el Mundo Antiguo todos los aspectos de la civilización occidental se centran en el Mediterráneo, durante la Edad Media asistimos, en su momento, a la quiebra de este eje, a la creciente importancia del mundo europeo noroccidental, en torno a los mares del Norte y Báltico, en oposición a un Mediterráneo semirrestaurado por la habilidad política y comercial de las repúblicas italianas.

    La creciente hegemonía turca en el Mediterráneo, la desintegración del imperio Bizantino, la Reforma protestante y el descubrimiento de América serán los factores que determinarán el traslado del eje económico y político de Europa, del Mediterráneo al Atlántico, otorgando a la Europa noroccidental una supremacía indiscutible hasta nuestros días.

    La gran mayoría de los pueblos bárbaros, alejados del Mediterráneo y sin costas propias, se vieron obligados a vivir replegados en si mismos con el consiguiente marchitamiento del comercio y de las ciudades. Se volvía, evidentemente, a una economía esencialmente rural. Hemos de recordar que si bien Roma había unido militar, jurídica y lingüísticamente las diversas regiones de su Imperio, nunca había logrado la unidad económica del Mediterráneo: frente a un Oriente que mantuvo la economía capitalista de los antiguos reinos helenísticos, con amplio desarrollo de la industria y del comercio, el Occidente se estancó en una economía esencialmente de tipo agrícola y ganadero. La crisis del siglo III nos muestra ya una clara diferencia socio-económica entre los dos extremos del Mediterráneo y una evidente ruralización de un Occidente en donde, al ser la tierra la principal fuente de riquezas, las ciudades perdieron su esplendor: de una economía comercial basada en la exportación de las riquezas agrícolas a cambio de productos manufacturados orientales, se pasó a un oscuro sistema de autarquía económica. La llegada de los pueblos bárbaros, con la ruptura de la unidad política romana, no hizo más que agravar el fenómeno. Se había de imponer el particularismo y el aislamiento y la civilización había de verse claramente perjudicada, en franca regresión y con un tinte claramente minoritario.

    Se habían hundido las nociones básicas en las que se asentaba el mundo romano. La conciencia romana de que había una cosa publica («res publica»), un interés colectivo de carácter prioritario del que todos los ciudadanos, sin excepción, debían de sentirse servidores, desapareció. Ya no había de establecerse distinción entre bienes públicos y bienes privados. No existía el tesoro público, ni funcionarios públicos, ni Estado, sino arcas particulares de las que los príncipes extraían, sin distinción, tanto para sus necesidades privadas como para las colectivas. Los territorios, por ejemplo, eran considerados como propiedades del Rey y, como tales, susceptibles de reparto, por herencia, entre sus descendientes. La no distinción entre los términos «res publica» y «res privata» era total.

Fuente: Enciclopedia Tematica Lafer

LAS INVASIONES BÁRBARAS Y SU SIGNIFICADO.


LAS INVASIONES BÁRBARAS Y SU SIGNIFICADO.  Las invasiones de los pueblos germánicos son, sin duda, uno de los motores de la civilización en la Europa Occidental, civilización nacida de la fusión de tres elementos básicos: Romanismo, Germanismo y Cristianismo.

    Pero, ¿cuáles fueron las causas que hicieron posibles estas invasiones? Podemos señalar las siguientes:

    -       Idiosincrasia de los pueblos germánicos: belicosidad entre las diversas tribus que les hacia permanecer en un constante estado de inseguridad, vida seminómada que les obligaba a la incesante búsqueda de nuevas tierras, entre las que les atraía de manera especial, sin lugar a dudas, una Roma rica y fastuosa;

    -       Debilidad del Imperio por la corrupción en los cargos administrativos, luchas internas y endémicas por el poder, crisis de la clase media debido a las presiones fiscales y al decaimiento de las ciudades, debilidad del comercio, descenso de la demografía, crisis de la vida urbana y ruralización creciente, amplitud de las fronteras y dificultades para su defensa;

    -       Incremento del potencial demográfico de los pueblos germánicos con la aparición de un creciente problema alimentario, que les empujó a la búsqueda de pastos y tierras más fértiles. Se ha señalado también un paulatino empeoramiento de las condiciones climatológicas del Norte de Europa, que harían excesivamente duras las condiciones de subsistencia de estos pueblos, obligándoles a emigrar;

    -       Sin duda, la causa inmediata fue la penetración en Europa de pueblos procedentes de las estepas de Asia Central (hunos, fundamentalmente), que desalojarían a los pueblos de Centroeuropa de sus tierras, obligándolos a penetrar tras el «limes» del Imperio en busca de protección y nuevos asentamientos para su definitivo refugio.

Fuente: Enciclopedia Temática Lafer

NACIMIENTO DE EUROPA

NACIMIENTO DE EUROPA.  Las estructuras creadas por el Imperio Carolingio habrían de estar vigentes durante más de un milenio (hasta 1945). Se hacen ya entonces realidad una serie de estructuras y problemas que habrán de tener una indudable continuidad histórica: una soberanía representada por el dualismo Iglesia-Nobleza. Una comunidad política multiforme y en permanente discordia que hará perfectamente comprensible el término «Teatro de Guerras» con que se define a Europa hasta nuestra época. Es una Europa en constante lucha y que descansa en la soberanía de las familias nobles, emparentadas y constantemente enfrentadas: Anjou-Plantagenet, Habsburgo-Borbones, güelfos-gibelinos. Se nos presenta la imagen de una Europa paternalista en la que las relaciones Iglesia-Estado será uno de los problemas de más largo debate: ¿cómo puede Europa ser conducida a la vez por dos distintos padres, Papa y Emperador?

    El Imperio y su Renacimiento cultural pueden considerarse como una apoteosis personal de Carlomagno, pues no le sobrevivieron.

    Si Carlomagno supo crear un Estado centralizado y perfectamente estructurado («palatium», «missi dominici») e hizo renacer la cultura de la mano de personalidades como Alcuino de York, Paulo Diácono o Teodulfo, su obra no se consolidó. Entre las fechas de la Navidad del año 800 (coronación Imperial en Roma) y la del 843 (Repartos de Verdún) media un abismo en cuanto a la concepción y estructuración política de Europa. Si la primera representa el triunfo de la idea Imperial (por la fusión del romanismo, germanismo y cristianismo), la segunda da pie a nuevas nacionalidades, nuevos idiomas y nuevas mentalidades. Los repartos de Verdún hacen surgir, bajo la tutela de los nietos de Carlomagno, dos naciones nuevas - Francia (Carlos el Calvo), y Alemania (Luis el Germánico) - y un Estado tapón entre ambas, la Lotaringia, adjudicada a Lotario, lo que llegó a ser fuente de una histórica rivalidad y sangrientos enfrentamientos (problema de Alsacia-Lorena) entre franceses y alemanes.

Fuente: Enciclopedia Temática Lafer

LA CONQUISTA

LA CONQUISTA.  Sobre este variopinto escenario peninsular hubo de actuar Roma. Si bien, en un primer momento, la actuación de Roma se limitó a hostigar a los cartagineses para lograr su derrota, pronto cambiaría de actitud y decidiría la conquista sistemática de la Península Ibérica: la creación de dos provincias (Citerior y Ulterior) en el año 197 a. de C. es una muestra del cambio de planes romanos con respecto a España. Según Ubieto, influyeron en esta decisión los siguientes motivos:

    1. Reconstrucción del Imperio económico griego, lo que, en parte, lograba Roma al vencer en el año 197 a. de C. a Filipo de Macedonia y al ocupar seguidamente la Península Ibérica;

    2. La necesidad de encontrar nuevos lugares en los que colocar los capitales romanos dada la revolución social y que se produjo en Roma por las mismas fechas;

    3. La escasez de metales en Italia y abundancia de los mismos en España, ya que, según Estrabón, «hasta ahora ni el oro, ni la plata, ni el cobre, ni el hierro nativos se han hallado en ninguna parte de la tierra tan abundantes y excelentes»;

    4. La existencia de abundantes hombres capaces de ser utilizados en las empresas romanas. Podemos recordar que, anteriormente, mercenarios ibéricos al servicio de Cartago habían combatido en todos los ámbitos mediterráneos: Cerdeña, Sicilia, Norte de África e Italia. Los griegos también los habían utilizado como auxiliares en las guerras del Peloponeso;

    5. La posibilidad de dominar las zonas productoras de cereales;

    6. La abundancia de bases navales y de elementos - madera, esparto, cordaje - para la industria de la construcción naval;

    7. Fácil consecución de dinero para sufragar los gastos originados por lo anterior.

    La Península había de convertirse en una de las bases de la acumulación capitalista romana. Las cantidades de oro y plata que afluyeron a Roma procedentes de los tributos recaudados en Hispania fueron fabulosas: se ha calculado que, en cincuenta años, llegaron a Roma medio millón de libras de plata y diez mil de oro. En las minas de plata de Cartagena, por ejemplo, y según Estrabón, trabajaban cuarenta mil obreros y reportaban al pueblo romano veinticinco mil dracmas diarios».

    La conquista de la Península Ibérica por Roma fue lentísima. Comenzó en el año 218 a. de C. con el desembarco de los Escipiones en Ampurias, continuando con la conquista del litoral mediterráneo y gran parte de Andalucía en poder de los cartagineses hasta el año 206 a. de C. En la conquista de España actuaron personalidades tales como Catón, que tuvo que luchar, al igual que sus sucesores, no contra ejércitos organizados y en línea, sino contra hábiles, astutos y escurridizos guerrilleros que durante largos años mantuvieron en jaque a los ejércitos de la República. Merece destacarse en este aspecto la personalidad de Indíbil, Mandonio o Viriato. En otras ocasiones las legiones romanas iban a encontrarse con la tenaz resistencia de algunas ciudades a las que hubo de reducir a cenizas tras largo asedio: Numancia, en el año 133 a. de C. Julio César llegó a Hispania a mediados del 61 a. C. Suetonio dice que fue llamado por los provinciales que sufrían continuas incursiones de los lusitanos. Recorrió la costa atlántica. Se enfrentó a los lusitanos de Monte Herminio (sierra de Estrella) y los obligó a asentarse en la llanura. En el verano del 60 volvió a Roma pensando en obtener el Consulado. El dominio total de Hispania se lograría en el año 19 a. de C., en la época de Octavio Augusto tras someter los aislados núcleos de resistencia vascos, astures y galaicos. Dos siglos habían sido necesarios para dominar la Península Ibérica, mas no hay que ver en lo dilatado del período ningún síntoma de impotencia romana, sino una falta de interés, pues, una vez logrado el dominio de las zonas más ricas poco atractivo podían tener las áridas y frías tierras del interior.

    A partir de estas fechas, y durante un largo período de más de siete siglos, es cuando va a producirse la adopción de lo romano - romanización - por los hispanos. Las causas que contribuirían a este interesante y trascendental fenómeno serían, según Ubieto, la permanencia de un ejército de ocupación y sus relaciones con las gentes del país, las transacciones comerciales que tal hecho produce, el alistamiento de voluntarios o mercenarios hispanos en el ejército romano, la actuación de los soldados hispanos licenciados sobre los lugares de su nuevo emplazamiento, los matrimonios mixtos, la convivencia, la adopción de los dioses ibéricos por el olimpo romano, la similitud de algunas deidades de ambas religiones, la admiración del esfuerzo y éxito de Roma, la concesión de la ciudadanía romana a muchos peninsulares hispanos, la construcción de un excelente sistema de caminos que favorecían las comunicaciones y hacían desaparecer, al permitir el rápido desplazamiento de los ejércitos, el endémico estado de inseguridad y bandolerismo anterior; la aparición de «colonias» formadas por soldados licenciados del ejército y situadas en lugares estratégicos.

    La cultura indígena fue absorbida rápidamente por la superioridad de la romana.

    La sociedad indígena, hasta entonces de carácter eminentemente rural y agropecuario, empezó a transformarse, sin perder su antiguo carácter, en urbana y comercial. Las nuevas ciudades, al amparo de la «pax romana» suelen edificarse no ya en lugares elevados y de fácil defensa, sino en el llano y su amplitud va a constrastar con los antiguos poblados indígenas: es el caso de Emerita, Corduba, Hispalis, Tarraco, Caesar Augusta.

    Pronto Hispania había de descollar y aportar al Imperio una serie de pensadores y literatos de primera magnitud - Séneca, Columela, Marcial, Lucano - con importantes figuras del Cristianismo primitivo - Osio y Prudencio - y con emperadores nacidos en estas tierras - Trajano, Adriano y Nerva.

    Las obras públicas creadas fueron de primera magnitud. Merecen destacarse acueductos (Segovia, Mérida, Tarragona), anfiteatros (Tarragona, Mérida, Itálica), teatro (Mérida, Ronda, Sagunto).

    Esta labor de Roma transformó, unificó e influyó decisivamente en la evolución de la cultura hispana. Cuando se produzca la decadencia del Imperio y los bárbaros hagan acto de presencia en la Península, ésta era, sin duda, una de las regiones en las que el espíritu de la Urbe Tiberina había calado más profundamente.

Fuente: Enciclopedia Temática Lafer

LA CIVILIZACIÓN DE LOS PUEBLOS GERMÁNICOS

LA CIVILIZACIÓN DE LOS PUEBLOS GERMÁNICOS.  Los pueblos germánicos eran de origen indoeuropeo y de carácter inicialmente nómada, hasta que su errante peregrinaje chocó con las fronteras (Rin, Danubio) de una unidad política fuerte, el Imperio Romano, con lo que se produjo una creciente, pero no total, sedentarización.

    Primordialmente ganaderos, practicaban una pobre agricultura de cereales. Formaban pequeñas tribus gobernadas por un jefe elegido democráticamente en las Asambleas Generales o encumbrado por su habilidad bélica en los avatares de las constantes luchas con otras tribus.

    Su principal fuente de ley era la costumbre (derecho consuetudinario), correspondiendo primero a la Asamblea y después al Rey el poder ejecutivo. La unidad social básica de estas comunidades que, como ganaderas, eran patriarcales, era la familia monógama.

    Su religión era de carácter politeísta y sin ministros del culto; se basaba, fundamentalmente, en la adoración de las fuerzas de la naturaleza.

    El establecimiento de los germanos en las tierras del Imperio iba a conllevar una serie de problemas, ante el nuevo estado de cosas, con sus respectivas soluciones, que modificarían el elemental sistema de vida expuesto líneas más arriba.

    Inicialmente, y ante el hecho consumado de su presencia, el Imperio Romano trato de legalizar ésta mediante el establecimiento de contratos de federación («foederati») que, teóricamente, los hacían depender de la suprema autoridad del Emperador. El consiguiente reparto de tierras a estas gentes (la «tertia» o tercera parte) iba a ser el germen de pequeños reinos bárbaros que, bajo la tutela de un Rey, fueron acrecentando sus prerrogativas, hasta el extremo de que el termino «foederati» carecía de todo significado de dependencia con respecto a una autoridad superior que, en la práctica, era demasiado débil para obligar al cumplimiento de los contratos suscritos. En efecto, la monarquía germánica había de convertirse en personal y patrimonial en donde el Rey reunía todos los atributos del poder absoluto.

    Un grave problema inicial fue el de la convivencia de esta minoría militar germana con las poblaciones del Imperio. Grandes obstáculos (religión, lengua, derecho) dificultaban la perfecta fusión. Las soluciones fueron dos:

    a) Fusionarse con la población del Imperio (tendencia romanista).

    b) Permanecer al margen como minoría militar dominante (tendencia nacionalista).

    El tiempo y las dificultades harían de la solución romanista la única viable y la más comúnmente aceptada.

Fuente: Enciclopedia Temática Lafer 

LOS FRANCOS


LOS FRANCOS.  De todos los reinos germánicos que en aquellos momentos se desarrollaban merece especial atención el de los francos, ya que su desarrollo iba a dar lugar al nacimiento, en la Edad Media, de la idea de Imperio en la persona de Carlomagno, y su descomposición originaria el nacimiento de Europa.

    El pueblo franco, establecido inicialmente en el Norte de la Galia, iba a formar en tiempos de Clodoveo (482-511) - tras la derrota de Siagrio, de los alamanes, ostrogodos y visigodos - un poderoso reino del Rin a los Pirineos (Galia, Renania, Alemania, Turingia, Baviera, Sajonia), en donde la tendencia romanista (fusión de francos y galo-romanos) iba a triunfar tempranamente. Las necesidades de administrar tan extensos territorios hacen surgir a una aristocracia militar, germen del feudalismo, encargada, a cambio de su enriquecimiento personal, de mantener en todo el reino la autoridad central. Este aumento del poder nobiliario iba a dar lugar a que, paulatinamente, y ante la incapacidad de los monarcas, la institución real no fuese más que un símbolo: el poder efectivo es desempeñado por el mayordomo de palacio. La familia carolingia va a hacerse con el monopolio del cargo: Pipino el Viejo, Pipino el Joven, Carlos Martel y Pipino el Breve son los auténticos jefes de la monarquía franca ante la ficción real merovingia.

    Pipino el Breve logra, a mediados del siglo VIII, legalizar la usurpación mediante el beneplácito de la Iglesia. El Papa Zacarías ya había reconocido que «era mejor llamar Rey al que tenía el poder real que al que no lo poseía». Pipino se hizo «elegir por el pueblo» (según la tradición franca) y ungir por la Iglesia de manos de San Bonifacio. De esta forma era elegido de Dios y a la vez del pueblo. Al igual que Saúl y David, Pipino era ungido por el Señor, se convertía en su mandatario. Era, pues, Rey por voluntad divina y no por nacimiento, renovándose de esta manera la tradición bíblica. Esta original consagración hacía olvidar el carácter revolucionario de aquel reinado. El nuevo Papa, Esteban II, había de afianzar la usurpación al confirmar en su puesto a Pipino y a sus herederos, Carlos y Carlomagno, prohibiendo a los francos, bajo pena de excomunión, que nombrasen a otro monarca que no fuese de su familia. El Papa había, pues, consolidado la dinastía carolingia, y el hecho le daba pie a pedir al monarca franco ciertas compensaciones. Para justificarlas, el Pontífice, a fin de impresionar a Pipino, le presentó un documento, muy posiblemente falsificado, según el cual el Emperador Constantino el Grande había hecho al Papa Silvestre amplias concesiones no sólo espirituales, sino también territoriales, demostrando la primacía del poder de la Iglesia sobre el terrenal. El documento es conocido como la «Falsa Donación de Constantino».

Fuente: Enciclopedia Temática Lafer

CARLOMAGNO - LA RECONSTRUCCIÓN DEL IMPERIO

CARLOMAGNO

    LA RECONSTRUCCIÓN DEL IMPERIO.  El hijo y sucesor de Pipino, Carlomagno, va a intentar la reconstrucción del Imperio Romano de Occidente. El estudio del Imperio Carolingio va a ser el de la organización y estructuración del Occidente europeo. Pero, ¿era posible la reconstrucción del viejo Imperio Romano?

    En el siglo VII no hay en Europa más que dos verdaderos estados: el Imperio Bizantino, que aún manda en Italia, y la monarquía franca.

    La Iglesia Romana era el único nudo que podía atar de nuevo a Oriente y Occidente. La intrusión en el ámbito mediterráneo de un nuevo pueblo, el Islam, iba a cortar el acercamiento de Bizancio a la monarquía merovingia y a Roma - difusión en Bizancio, por influencia musulmana, de la herejía iconoclasta - y acercamiento del Imperio al infiel ante su fulgurante expansión militar. Empezaba a desmembrarse el triángulo (Roma, francos, Bizancio) que podía haber dado lugar a la reconstrucción de Europa, pues Roma, orientada hasta entonces hacia Oriente (Constantinopla), volvióse hacia Occidente y se dedicó a evangelizar a las tribus bárbaras de Occidente.

    El Papa posó sus ojos en la Galia para encontrar en el reino franco el amparo que Bizancio le negaba, llegando, como hemos visto, en este afán de congraciarse con el más poderoso reino de Occidente, a legitimar la usurpación perpetrada por Pipino el Breve.

    El nuevo Imperio de Carlomagno, creado tras una serie de campañas victoriosas (lombardos, sajones, musulmanes, etc.), es puramente interior, dominando en él el elemento bárbaro, pero todos aquellos pueblos a los que el Rey somete a su autoridad, unidos por una misma creencia religiosa, se sienten miembros solidarios de una vasta comunidad: el pueblo cristiano. El cristianismo será el nexo de unión de la «Nueva Europa», pues a partir de aquellos momentos puede decirse que nació Europa, una Europa muy frágil, pero que va a sobrevivir al Imperio que le dio vida. De una Europa marítima, construida en torno al Mediterráneo por el Imperio Romano, pasamos a una Europa Continental, al margen del antiguo eje.

Fuente: Enciclopedia Temática Lafer

CONSECUENCIAS DE ESTAS INVASIONES


CONSECUENCIAS DE ESTAS INVASIONES.  Particularmente son de destacar:

    -       En el plano económico, la desaparición de la vida urbana, la industria y el comercio;

    -       En el plano social se destruye la civilización urbana y se abre paso a una sociedad rural;

    -       En el plano cultural se produce una regresión de la civilización grecorromana;

    -       En el plano político se verifica la ruptura de la unidad política de Roma en numerosos Estados independientes, futuro germen de las actuales nacionalidades.

    Pese a lo que pudiera suponerse, tras la irrupción violenta de los pueblos bárbaros en el seno del Imperio Romano, no se produjo un total dislocamiento con el choque de dos culturas tan diferentes. Hemos de tener en cuenta diversos factores. En primer lugar, la aportación demográfica de estos pueblos fue, sin lugar a dudas, minoritaria (aproximadamente un millón de integrantes de las tribus germánicas se asentaron en un territorio poblado por cerca de cincuenta millones de habitantes). Esta minoría militarista había de asumir un papel de capa dirigente, a la que se opondría solamente la aristocracia romana; el pueblo, tiranizado por las continuas exacciones fiscales, pudo ver en ellos acaso a un libertador, y su oposición fue prácticamente nula; en el peor de los casos, no veían más que un cambio de dueño.

    Señalemos también que los germanos, al haber estado durante varios siglos en relación, más o menos directa, con el Imperio, se encontraban romanizados en parte. Nunca se propusieron, conscientemente, destruir el Imperio; no se destruye lo que se admira. A la vista de los resultados, puede afirmarse que solamente hubo una sucesión de poderes, pero, en absoluto, una sustitución de pueblos.

    Los pueblos germanos eran, además, conscientes de que tanto la estructura política como la social y cultural romana eran muy superiores a las suyas, y por este motivo trataron de asimilar todo aquello que podría serles de utilidad, sin desear un cambio total en las estructuras. La continuidad en sus puestos de altos funcionarios de la administración imperial, la no modificación de los sistemas de producción agrícola, el mantenimiento de la división administrativa de los territorios, etcétera, son ejemplos que parecen corroborarlo.

    Así, pues, si la romanización de los pueblos germánicos contribuyó a aminorar el choque en el contacto de dos formas de vida tan dispares, parece ser que también, aunque en menor escala, habría de ayudar a limar las asperezas de la vida en común la evidente germanización del Imperio. La corrupción, el descenso de la natalidad, las dificultades de defensa, la vida muelle del ciudadano romano, hizo necesaria la incesante contrata de mano de obra y de soldados más allá de sus fronteras. Su inmediata consecuencia habría de ser la llamada invasión pacífica de los pueblos bárbaros, en forma de tropas y colonos acompañados de sus respectivas familias. Puede, de esta forma, explicarse el temprano asentamiento (en muchos casos, antes del año 476) de visigodos en el Sur de Francia y España, de francos y burgundios en el Norte y Este de Francia, de suevos, alanos y vándalos en Galicia, Este-Sur de la Península Ibérica y Norte de África; de anglos y sajones en la Gran Bretaña.

    Hemos señalado también entre las consecuencias de las invasiones el estancamiento de la cultura greco-romana. Es preciso matizar que, si bien las invasiones aceleraron el proceso de estrangulamiento cultural, la civilización latina se había ido autodestruyendo a partir de la crisis interna del siglo III y la división del Imperio: la esplendorosa civilización romana era una cultura de carácter eminentemente ciudadano, amparada por un Estado fuerte. La ruralización del Imperio y la paulatina debilidad presagiaron ya el cambio que no hizo sino acentuarse, pese a los esfuerzos de algunos autócratas germanos: el ostrogodo Teodorico o el franco Carlomagno. Los logros fueron muy limitados.

    Surge con fuerza el monaquismo, que tuvo su principal representante en San Benito de Nursia y en la orden Benedictina, por él creada; mientras, la cultura se refugia en los monasterios. Su mérito, más que de creadores, fue de recopiladores y guardianes de la civilización clásica. Las mismas facetas cabe señalar con respecto a las personalidades más significativas de la época en el campo cultural: Gregorio de Tours (Francia), Beda el Venerable (Inglaterra), Boecio y Casiodoro (Italia) o San Isidoro de Sevilla (España).

    El principal y casi único vehículo de cultura fue la literatura teológica del momento, últimos restos de la llamada Patrística. Este floreciente desarrollo en el campo teológico está emparentado con la tremenda importancia que habría de adquirir el Cristianismo como puente de enlace entre el romanismo y el germanismo.

    La Iglesia de Roma, desvinculada de la tutela del Emperador de Oriente, alcanzó pronto tintes de universalismo: San Gregorio Magno (590-604) había de ser la figura clave de este resurgir, no sólo al declararse jefe de toda la Iglesia (Papa) como sucesor directo de San Pedro, sino también al ser el principal motor de la evangelización de los pueblos germanos (anglos, sajones, lombardos, visigodos).

    En una época de particularismo, aislamiento e incultura, sería la Iglesia el principal vínculo de unión - al lograr la unificación religiosa de las tribus bárbaras - y el indiscutible dirigente intelectual e inspirador de modelos y formas artísticas: la religión preside omnisciente cualquier manifestación del arte medieval. Románico y gótico son, en su génesis y desarrollo, dos buenos ejemplos.

    A nivel popular, la Iglesia también estuvo presente marcando todos los acontecimientos de excepción dentro de la rutina de la vida de un campesinado feudal.

    Podemos resumir diciendo que la Iglesia tuvo en esta época un triple papel: creadora, conservadora de cultura y educadora.

Fuente: Enciclopedia Temática Lafer

EDAD MEDIA - GENERALIDADES


EDAD MEDIA

    GENERALIDADES.  La unidad creada por la romanización y el Cristianismo entró en crisis en el siglo V de nuestra era ante el empuje de los pueblos bárbaros.

    El Mediterráneo (el «Mare Nóstrum» romano) había asegurado la cohesión del Imperio de los Césares al promover y facilitar entre las diversas regiones que baña constantes intercambios de productos comerciales, ideas y creencias. Gracias a este mar interior, el mundo romano se cubrió de ricas y activas ciudades, donde se entremezclaban las más diversas civilizaciones que, al estar unidas por una lengua y una cultura común, armonizaban hasta parecer un todo uniforme.

    ¿Cuál va a ser el destino de las diferentes poblaciones que un día estuvieron sometidas a Roma ante la inserción de la germanidad en el mundo romano?

    La aparición en el siglo VII de una nueva cultura, el Islam, y su posterior y espectacular expansión, será el golpe de gracia y el fraccionamiento de la unidad romana.

    La Edad Media va a ser la historia del nacimiento, consolidación, apogeo y, en algunos casos, decadencia, de tres culturas diferentes: las dos mencionadas anteriormente (germana e islámica) y una tercera, la bizantina, heredera helenizada de la tradición imperial romana.

    Tres sistemas económicos, sociales, culturales y políticos diferentes y a menudo enfrentados en abierta lucha van a marcar su impronta en el artificial período cronológico comprendido entre los años 476 (caída del Imperio Romano de Occidente) y 1453 (fin del Imperio Romano de Oriente con la caída de Constantinopla en manos turcas), que se conoce con el desustanciado nombre de Edad Media.

    Durante el milenio que el período comprende podemos distinguir solamente con fines pedagógicos cuatro etapas:

    1. Siglos V al VII: Época de transición entre el floreciente mundo antiguo y los oscuros tiempos medievales;

    2. Siglos VIII al X: Alta Edad Media. Caracterizada por la decadencia de Europa (pese a los intentos restauradores de la unidad por parte de Carlomagno) y máximo florecimiento de la civilización islámica;

    3. Siglos XI al XIII: Plena Edad Media. Marca el despertar de Europa en los planos socio-económico, cultural y político, en contraposición a la profunda crisis que en los mismos campos va a desarrollarse en el período siguiente;

    4. Siglos XIV y XV: Baja Edad Media. Canto del cisne para el mundo medieval y nacimiento de los tiempos modernos.

Fuente: Enciclopedia Tematica

ANGLOS, SAJONES Y OSTROGODOS


ANGLOS, SAJONES Y OSTROGODOS.  El asentamiento de los pueblos germánicos en los territorios del destruido Imperio Romano de Occidente va a dar lugar al nacimiento de diversas unidades territoriales que, tras un largo camino, crearán un marco político perdurable. Merecen destacarse:

    -       En Gran Bretaña, los anglos y los sajones; incapaces, inicialmente, de crear un reino unificado, sólo logran hacer surgir una serie de minúsculos reinos: La Heptarquía.

    -       En Italia se crea el reino ostrogodo a fines del siglo V y primera mitad del VI. Alcanza su mayor expansión y riqueza con Teodorico el Grande, interesante figura - autodenominada «el último soberano romano de Occidente» -, cuyo máximo empeño sería armonizar la convivencia entre su pueblo y el romano, conservando el legado cultural y las instituciones administrativas del viejo Imperio. Su reino desaparecería ante el empuje de las tropas de Justiniano, Emperador de Bizancio.

    En el Norte de Italia aparece en la segunda mitad del siglo VI un nuevo reino: el de los lombardos.

Fuente: Enciclopedia Temática Lafer

COLONIZACIONES

COLONIZACIONES.  Particular importancia habría de tener la colonización púnica. Hacia el año 1100 los fenicios de Tiro fundaron una ciudad llamada Gadir (Cádiz), lo que les permitía controlar el comercio occidental del estaño y del cobre y crear una serie de factorías pesqueras de salazón en la zona del estrecho. Cuando el asirio Asurbanipal conquistó Tiro, las colonias fenicias pasaron a depender de otra colonia tiria que había adquirido singular importancia: Cartago, fundada en el año 814 a. de C. Se sucedieron una serie de fundaciones púnicas en las costas mediterráneas ibéricas: Malaca, Sexi, Abdera, Mellaria, Baria, en donde practicaron un activo comercio con los indígenas. Tras la Primera Guerra Púnica, con la pérdida de sus posesiones de Córcega, Cerdeña y Sicilia, los cartagineses decidieron actuar directamente sobre la Península Ibérica dominando amplias áreas del Sur y Sudeste. Era la época de los Barcas (Amílcar, Asdrúbal, Aníbal). La creciente influencia e incremento del poderío cartaginés en Iberia preocupó a Roma y, tras el ataque de Aníbal a Sagunto (año 219 a. de C.), se inicia la Segunda Guerra Púnica que permitiría a Roma expulsar a los cartagineses de la Península (año 206 a. de C.) una vez tomadas por Escipión sus principales ciudades: Cartago Nova, Gadir, etc.

    Carácter diferente a la colonización fenicia iba a tener la griega, ya que si los primeros se limitaron, inicialmente, a crear unas simples factorías comerciales, acaso de carácter temporal, los helenos trataron de trasplantar a las tierras de la Península Ibérica el sistema tradicional de la polis griega, creando ciudades costeras de carácter permanente. Así nacieron Heraclia, Mainake, Hemeroskopion, Artemision, Emporion, Rhode, desde donde comerciaban con los indígenas vecinos. La competencia con los púnicos se agudizó y, a la larga, desembocaría en una creciente debilidad de las colonias griegas, en particular después de la aludida derrota naval de Alalia. Las conquistas cartaginesas de los Barcas harían desaparecer a numerosas de ellas; sin embargo, en las que perduraron (Emporion, Rhode), encontraron los romanos una cabeza de puente para atacar los dominios cartagineses en España.

Fuente: Enciclopedia Lafer

CELTAS E ÍBEROS

CELTAS E ÍBEROS.  El interior peninsular conocía estadios culturales más primitivos que las costas mediterráneas, aunque hacia principios del primer milenio va a conocer diversas migraciones nórdicas: los celtas. Estas gentes procedían del centro de Europa y se asentaron en las tierras del interior en sucesivas oleadas a partir del año 800 a. de C., mezclándose con los aborígenes y constituyendo acaso una casta dominadora. Cataluña y Aragón conocieron la llegada de los llamados urnenfelder, por sus enterramientos de incineración en campos de urnas. Posteriormente se establecerían gentes que son conocidos en las fuentes clásicas con el nombre de germani (Oretania), pelendones y berones (Soria), turones (Teruel), arévacos, autrigones, belos (valle del Duero). Su cultura era muy pobre en comparación con las restantes de la Península. Desconocían, o era prácticamente inexistente, la moneda, y su arquitectura y artes industriales estaban muy poco desarrolladas, aunque fueron auténticos maestros en la confección de armas y adornos de metal.

    Las tierras situadas entre los ríos Segura y Ródano serían el marco en donde se desarrollaría, con particulares matices, la cultura ibérica. Los íberos, pese a su mayor contacto con los pueblos colonizadores (fenicios, griegos, cartagineses), crearon una, cultura con personalidad propia, alcanzando una organización social compleja, una estructura económica de carácter agrícola, ganadera y comercial, creando abundantes núcleos de población generalmente en lugares estratégicos y de fácil defensa. Conocieron también la moneda y tuvieron un alfabeto propio hasta hoy intraducible.

    Tanto celtas como íberos fueron incapaces de crear unidades políticas fuertes y unificadas. El tribalismo y la continua rivalidad entre las diversas tribus fueron males endémicos en la Península Ibérica.

    Hubo una excepción en este tribalismo, al conseguir la ciudad de Tartesos unificar bajo su mando un área geográfica aún indeterminada. Los testimonios de Estesicoro y Estrabón indican que existió una ciudad llamada Tartesos «que recibe su nombre del río Betis, llamado antes también Tartesos». El emplazamiento de la ciudad ha sido un problema tremendamente debatido y al que se han dado diversas soluciones: el Coto de Doñana (cerca de Sanlúcar de Barrameda), Mesas de Asta (próximo a Jerez de la Frontera), en Huelva, en la bahía de Algeciras. Desconocemos también el área de dominio del reino tartésico, que acaso englobase toda Andalucía hasta el cabo de la Nao o hasta Cartagena. En el siglo III a. de C., al hablar de Tartesos se limita su dominio a la zona del estrecho de Gibraltar. Conocieron el arte de navegar viajando a las islas Británicas en busca del estaño; tuvieron un alfabeto propio con muchas semejanzas con el íbero y estuvieron en relación con griegos y fenicios mediante un activo comercio. No puede precisarse tampoco la fecha de la decadencia y destrucción del reino tartésico, aunque se piensa que estuvo relacionada con la decadencia griega tras la batalla de Alalia (535 a. de C.) y el incremento del poderío púnico en el Mediterráneo occidental a partir de esa fecha.

Fuente: Enciclopedia Lafer

Entrada destacada

LINCOLN Y MARY TODD

   LINCOLN Y MARY TODD En la Casa Blanca. Presidente de EEUU y Primera Dama (1809-1865) y (1818-1882). En 1882, los médicos enviaron una car...