Periodo Neolítico
EL CRECIENTE
FÉRTIL. El Neolítico no surgió en todas
partes al mismo tiempo ni se desarrolló de igual manera, siendo, además, según
se deduce a partir de los datos ofrecidos por las excavaciones efectuadas, un
fenómeno que requirió un período de lenta gestación.
De acuerdo con los
restos arqueológicos encontrados hasta ahora, fue el Próximo Oriente la cuna
del nuevo tipo de vida. En cuevas de Palestina y el Norte de Irak, entre otras,
se han encontrado hoces, piedras y mazos para moler y grandes recipientes de
piedra pulimentada fechados alrededor del noveno milenio a. de C., hallazgos
que parecen indicar la presencia en la zona de cereales, todavía silvestres,
recolectados por sus habitantes que disponían de útiles, aunque rudimentarios,
apropiados para ello. Sin embargo, todavía seguían dedicándose a la caza, como
testimonian las pequeñas piezas de piedra tallada descubiertas en los mismos
yacimientos.
Posteriormente,
las excavaciones de restos de pequeños poblados, aún del séptimo milenio, nos
ofrecen casas construidas con arcilla y dotadas de hornos y silos, restos de
granos de cereales y de huesos de animales domésticos, y además, instrumentos
de piedra pulimentada que no aparecían anteriormente: azadas, hachas, etc. Ya en
el milenio siguiente, el Neolítico parece plenamente consolidado en el Próximo
Oriente: poblados mayores, calles, recintos decorados, cerámica y primeros
objetos rudimentarios de cobre.
El área de estos
primeros yacimientos neolíticos, conocida con el nombre de Creciente fértil, se
extiende por Palestina y Jordania occidentales, Irak e Irán meridional, hasta
las zonas montañosas de los Zagros. Habría que añadir, de acuerdo con los
últimos descubrimientos, parte de Anatolia. Entre todos los asentamientos
destaca el de Jericó, donde se puede apreciar el paso de la cultura Natufiense
a una plenamente neolítica.
¿Cómo fue posible
tan espectacular avance? En el caso concreto del Próximo Oriente, parece ser
que el cambio de clima fue el factor condicionante fundamental; actuó como
estímulo sobre los grupos humanos allí existentes, que se vieron obligados a
responder a las nuevas condiciones climáticas más hostiles con un nuevo modo de
vida que se adaptase mejor a ellas. La reducción de la pluviosidad, después de
la última glaciación, trajo consigo un progresivo aumento de la aridez, que
hizo más pobre la vegetación, mientras las especies animales empezaban a
decrecer, bien por muerte bien por emigración. El hombre sólo podía subsistir
en estas circunstancias si ideaba algún medio para conservar, acrecentar y
seleccionar las plantas y animales que se adaptasen más fácilmente al medio.
De igual modo, la
progresiva desecación del Sur, con la aparición de los grandes desiertos,
determinó que la gente de estas regiones buscase asentamiento junto a los
oasis, fuentes y ríos. Allí acudirían también los animales, que se irían
acostumbrando a la presencia del hombre, produciéndose una reagrupación de la
población y de la fauna en determinadas regiones, lo que conduciría
necesariamente a la búsqueda de nuevos medios para aumentar la insuficiente
alimentación. Tanto el cultivo, fruto de un largo proceso de observación y suma
de experiencias, como la domesticación, que bien pudo iniciarse con motivo de
incidentes de caza, representan en líneas generales un ajuste de los seres
vivos al medio ambiente: cada uno sobrevive gracias a los otros.
No obstante, hay
autores para quienes no se habría producido en tal período posglaciar ninguna
variación climática considerable; el hombre sería, según ellos, la clave del
cambio, pues, una vez lograda cierta maduración, pudo muy bien aprovecharse de
las condiciones favorables entre las que destacan las de tipo topográfico.
Aunque, como hemos
visto, el Neolítico no se inició en los grandes valles fluviales, cuyos
aluviones, entonces pantanosos, se prestaban poco al cultivo sin un trabajo
previo de desecación mediante el oportuno drenaje, fue allí donde las
sociedades neolíticas alcanzaron mayor desarrollo, ya que una vez realizado
aquél se obtuvieron abundantes cosechas. El excedente que estas proporcionó
liberó paulatinamente mayor mano de obra e hizo que el trabajo fuese menos
absorbente, permitiendo que algunos miembros de la comunidad se dedicasen al
ensayo o al perfeccionamiento de nuevos instrumentos, lo cual daría lugar a los
nuevos adelantos técnicos, tan fundamentales para el progreso. Entre ellos jugó
un papel decisivo el desarrollo de la metalurgia; primero apareció el cobre,
luego el estaño y finalmente el bronce, aleación a base de los dos anteriores.
Con ellos se abría un esperanzador horizonte para la humanidad con la
posibilidad de creación de una amplia gama de nuevos objetos acomodados a las
nuevas circunstancias y necesidades, tales como el carro de ruedas.
La división del
trabajo se iba acelerando y con ella el progresivo avance de las técnicas
artesanales dispuestas para producir más y mejor. La producción de riqueza
tanto en el campo, beneficiado por los nuevos inventos, como en lo que podíamos
llamar los talleres artesanales, fue en aumento, creándose un excedente que
hacia posible la expropiación y, por consiguiente, la propiedad privada y el
comercio. Este enriquecimiento, que permitía que los poblados se agrandasen,
hizo más acuciante la necesidad, ya existente desde los inicios del Neolítico
con la aparición de una economía de previsión y reservas, de organizar fuerzas
de defensa que constituirán los primeros ejércitos. A su vez, los trabajos de
desecación de los campos primero y la regulación posterior de las labores
agrícolas, exigieron la presencia y el prestigio de una dirección eficaz, base
del poder político que aparece ahora por primera vez. El nuevo sistema de vida
hizo indispensable la diversificación de funciones y originó la formación de
grupos encargados de las distintas tareas requeridas por la sociedad,
estratificándose ésta.
Fuente: Enciclopedia Lafer
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