La civilización islámica
ESTRUCTURA SOCIO-ECONÓMICA. La organización social del Imperio Islámico
estuvo fuertemente condicionada por las creencias religiosas y se organizó
según los preceptos religiosos contenidos en el Corán.
La
familia fue de carácter patriarcal (típica de los pueblos nómadas) y poligámica
(inteligente medida para reponer las numerosas pérdidas que la guerra
ocasionaba, pues al permitir tener hasta cuatro esposas se garantizaba el
incremento de la demografía). Sin embargo, la práctica de la poligamia no fue
general, sino un privilegio de los poderosos, dados los numerosos gastos que
ocasionaban la dote de las futuras esposas y su mantenimiento.
En
la base de la pirámide social se halla el Califa, gobernante y representante de
Alá, como sucesor del profeta Mahoma. Le seguían en importancia una nobleza
cortesana (visir o primer ministro, emir o gobernador de una provincia, cadí o
juez, recaudador de impuestos, etcétera), una nobleza terrateniente de carácter
militar, una rica burguesía mercantil, un artesanado y un campesinado que
arrastraba una mísera existencia sólo superior a la del esclavo.
La
agricultura árabe, acostumbrada a una lucha tradicional contra la aridez del
desierto, desarrollo a la perfección elaboradas técnicas de cultivo e
irrigación, que harían de los oasis auténticos vergeles (arroz, algodón,
palmera, naranja, limón, etcétera).
Seminómadas y comerciantes por tradición, los árabes explotaron de modo
sistemático las rutas comerciales, tanto marítimas como terrestres. Bagdad y
Damasco habrían de convertirse en dos importantes nudos caravaneros que ponían
en contacto directo, a través del comercio, los puntos más distantes de su
Imperio. Se establecieron relaciones con el Occidente cristiano (Génova, Venecia,
Pisa), con Oriente (ruta de la seda con China, ruta marítima del Índico - mar
Rojo - golfo Pérsico) y con África (ruta del Nilo). Se comercia con tapices,
marfiles, coral, especias, joyas, perfumes, armas, esclavos, porcelana, papel,
oro, maderas preciosas, etcétera. También comercializaron los excedentes
agrícolas (dátiles, melones, algodón, etcétera), gracias a lo cual fueron
conocidas y transmitidas a Occidente especias hasta entonces desconocidas.
El
monopolio de las rutas comerciales ejercido por los musulmanes durante varios
siglos no hubiese sido posible sin la existencia de una moneda sólida y
cotizada en todas partes (dínar de oro y dirham de plata) y sin la temprana
adopción de mecanismos de crédito (letras, pagarés, etcétera).
Este
activo comercio hizo florecer diversas ciudades: Alejandría, El Cairo, Bagdad,
Damasco, Córdoba, etcétera, en las que iba a desarrollarse una artesanía
refinada (sedería, tapicería, marroquinería, orfebrería, damasquinados,
etcétera).
Fuente: Enciclopedia Tematica Lafer
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