Paleolítico
MANIFESTACIONES ARTÍSTICAS.
Las transformaciones apuntadas facilitaron las manifestaciones
artísticas, tanto rupestres como mobiliarias. Las primeras muestras de
expresión artística parecen haber sido esculturas de arcilla, que no se conservaron,
y posteriormente de materiales más duros y consistentes, como la piedra o el
hueso. Al período Auriñaciense corresponden las llamadas Venus, figuras
femeninas de cabezas con rostro apenas indicado, brazos reducidos, hipertrofia
de los senos y vientre y muy a menudo con adiposidad en las caderas, fenómeno
que se denomina esteatopigia. Son muy abundantes, y de entre ellas destacan la Venus de Willendor y la Venus de Lespugue, esta
última con un acertado tratamiento de volúmenes, gran sentido de la simetría y
del equilibrio.
Estas pequeñas
esculturas van evolucionando hacia un mayor esquematismo, convirtiéndose en el
Magdaleniense en figuras muy estilizadas que parecen haber perdido su papel de
ídolos de fecundidad para transformarse, según algunos, en simples amuletos.
Según Maringer, estas estatuillas deben de haber sido una especie de espíritus
tutelares domésticos y, al mismo tiempo, símbolos de origen de la familia y de
toda la tribu, es decir, que representarían a la diosa Madre. El nombre de Venus
les viene de que inicialmente fueron consideradas como representaciones de un
ideal erótico de belleza, que no se compagina de ninguna manera con su aspecto
de mujeres maduras y con todas las apariencias de madres.
También existe una
estatuaria animal, cuyas representaciones más logradas son del Magdaleniense y
aparecen en objetos usuales, como los propulsores, en los que se han realizado
tallas en alto relieve con el cuerpo del animal perfectamente adaptado a su
forma. Otros se hallan en fragmentos de hueso, marfil o piedra, sobresaliendo
entre todos ellos por su técnica y perfección la cabeza de caballo de Más
D'Azil. Resulta igualmente muy interesante la decoración geométrica, a base de
volutas y espirales, existente en los llamados bastones de mando.
ARTE RUPESTRE. Los testimonios más relevantes del arte
rupestre paleolítico se hallan primordialmente en la zona franco-cantábrica,
donde están localizadas cuevas de gran valor como las de Lascaux o Altamira.
Las técnicas utilizadas son muy variadas: trazos digitales, grabados que
inicialmente pudieron ser inconscientes, esculturas en bajo relieve, como la Venus de Lausel, modelo en
arcilla, y fundamentalmente la pintura.
Las primeras
manifestaciones pictóricas fueron siluetas de mano acompañadas a menudo de
manchas y discos cuyo sentido y valor resulta difícil de explicar, si bien
muchos prehistoriadores aluden al papel mágico de la mano como símbolo del
poder del hombre sobre las cosas. Más tarde, aparecen trazos en líneas que
darán lugar a los llamados macarrones, por su forma similar, a los que seguirán
las siluetas de animales llenándose después la superficie dibujada con capas,
primero de un solo color y posteriormente policromas.
En las superficies
de las cuevas nos encontramos, de este modo, con figuraciones de la fauna del
momento: mamutes, bisontes, renos, caballos, etcétera, representados casi
siempre individualmente. Llama la atención su sorprendente naturalismo, reflejo
de las grandes dotes de observación y retentiva del artista, conocedor de lo
fundamental y de lo accesorio. Esta maestría para captar la forma y el
movimiento de los animales se afirmará sobre todo a principios del
Magdaleniense; anteriormente los artistas aparecen dominados por ciertas
convenciones: cornamenta de frente, patas de un solo lado.
Dos son las
interpretaciones más importantes de la finalidad del arte rupestre: la
estética, que lo considera expresión de un ideal de belleza, y la mágica. Según
esta última, la más defendida y difundida, las representaciones de animales
estarían íntimamente vinculadas a la magia de la caza: existía el
convencimiento, en los artistas, de que, por medio de la representación, se
ejercía una influencia sobre lo que se reproducía; es la denominada magia
simpática. Habría, por tanto, una intención posesoria sobre el objeto
representado, ya que su total reproducción, de ahí su realismo, entrañaba la
posibilidad de poseer el original mediante prácticas propiciatorias. Esto
explica el hecho de que aparezcan animales heridos y con flechas. Se trata de
una magia de encantamiento por la imagen, que a menudo aparece con diversos
puntos como consecuencia, seguramente, de algún rito mágico propiciatorio en
que se simulaba la penetración de las flechas en el animal. Se puede hablar también
de otro tipo de magia, la de la fecundidad, que justificaría el estado de
gravidez en que aparecen muchos animales.
Esta
interpretación mágica del arte paleolítico vendría confirmada por los lugares
de difícil acceso en que se hallan las figuras. Tales lugares, según algunos
especialistas, podían constituir una especie de recinto sagrado solamente
accesible para los iniciados en los ritos. El artista muy bien podía ser, a la
vez, por sus poderes mágicos, el hechicero de la tribu, dedicado a unos menesteres
que seguramente le liberaban en gran parte de la tarea de búsqueda de
alimentos, hecho que presupone cierto desarrollo económico del grupo, que podía
mantener a personas en cierto modo improductivas.
Bajo el punto de
vista religioso, además de la significación de los ya referidos ídolos de la
fecundidad y la magia de la caza, cabe hacer alusión a la concepción del
universo por parte del hombre paleolítico como morada de seres invisibles que
podían causarle bien o mal, lo que explica la utilización de fetiches. Existía
también un culto a los muertos, que queda patente en los múltiples cuidados
hacia éstos que se observa en algunos enterramientos y hay también quien piensa
en la posible existencia de una especie de culto al cráneo.
Fuente: Enciclopedia Lafer
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